Quarta-feira, 14 de Julho de 2010

Carta de Barcelona - O futebol ao serviço da política centralista

 A. Vidal

Josep A. Vidal


Una vez más la parafernalia del Mundial de fútbol ha prestado oportunamente servicio a la política ayudando a silenciar los ecos de la manifestación del pasado sábado en Barcelona, un acto de afirmación y defensa de la identidad y la dignidad catalanas.


Es fácil decir que la sentencia emitida por el Tribunal Constitucional contra el Estatuto de Cataluña es un despropósito, un disparate, un ataque... Porque lo es, sin duda, al margen de la consideración que merezcan a unos y otros las argumentaciones y contraargumentaciones jurídicas esgrimidas por los miembros del tribunal. Es un despropósito ya desde su origen, pero sobre todo lo es por su desenlace; porque los miembros del Tribunal –que han necesitado cuatro años y toneladas de ridículo para ponerse de acuerdo– han venido a sentenciar que, salvo ellos, nadie en este país es capaz de leer, entender o interpretar adecuadamenta la Constitución española, ni siquiera los juristas, economistas y expertos de todo tipo que participaron en la redacción, el debate y la aprobación del Estatuto de Cataluña. Para los doce miembros del Tribunal Constitucional –uno de ellos fallecido y no sustituido–, todos aquellos juristas y expertos, asesores y políticos que intervinieron en el proceso parlamentario y que –después de mucha discusión, mucho recorte y mucho pacto– consideraron que el Estatuto de Cataluña se ajustaba suficientemente a la Constitución, son, según se ha visto, unos perfectos ignorantes en legislación.


Pero, por si el escándalo fuera poco, el Tribunal Constitucional –con el beneplácito de los dos grandes partidos de ámbito estatal: PP y PSOE– ha dejado pasar cuatro años de legislatura del Parlamento catalán y de gobierno de la Generalitat de Catalunya con el nuevo Estatuto en vigor. Cuatro años de legislatura equivalen a un gran número de leyes discutidas y aprobadas por el Parlament de Catalunya, de negociaciones y acuerdos de gobierno establecidos con unos y otros, de previsiones presupuestarias y compromisos contraídos, que ahora, a la luz de la sentencia, habrá que revisar y, en lo que proceda o en su totalidad, dejar sin efecto. Ningún país democrático y dotado de sentido común político debería permitirse un disparate semejante, y mucho menos debería dejar el control constitucional en manos de personas cuya trayectoria y cuyo posicionamiento ideológico los tiene anclados en el pasado y no son garantía de objetividad.

Pero definir como despropósito una sentencia argumentada es un simple desahogo, no tiene ninguna eficacia jurídica ni argumentativa. Por eso prefiero ver la sentencia y la actuación del Tribunal Constitucional como una “radiografía” de la realidad política española. Probablemente estoy llamando “radiografía” a algo que Valle-Inclán denominó “esperpento”: la visión de la realidad a contraluz, o en un espejo cóncavo, que nos muestra el poso trágico de sus contradicciones más profundas.

El gran mal de España, lo que impide que este país fragüe en la historia y en el mundo de hoy, es que se detesta a sí misma. A fuerza de imágenes distorsionadas –como los espejos cóncavos del esperpento valleinclanesco–, de espejismos ilusorios, de grandezas y miserias, de prejuicios y desconfianzas, de desprecios y arrogancias, ha destruido siempre lo mejor de sí misma. “For each man kills the thing he loves” (cada hombre mata lo que ama), dice Wilde en su Balada de la cárcel de Reading. De igual modo el nacionalismo español es la losa con que se ahoga la vida de este país; a fuerza de amar la imagen ilusoria de un país inexistente, de imaginarlo monolítico, unilingüe, mesiánico, es incapaz de amar su propia esencia, plural y diversa, plurilingüe, con una riqueza cultural extraordinaria y con valores y méritos suficientes –en esa su realidad no aceptada– para contribuir, desde la pluralidad, al desarrollo y la armonización de un proyecto político integrador que fuera también presencia integradora en un mundo plural, multilingüe, multicultural.

Por eso precisamente, como señalaba J. M. Brunet en las páginas de La Vanguardia (“Un fallo lleno de prejuicios y castillos en el aire”) del pasado sábado día 10, la sentencia del Tribunal Constitucional no se ha emitido desde el articulado de la ley, sino desde la prevención, desde el prejuicio. No se ha emitido para contribuir con el dictamen jurídico a la gobernación constitucional del país, sino para prevenir excesos y desviaciones. No es jurídica –o no lo es exclusivamente–, sino, ante todo, como señala certeramente el articulista, “preventiva y terapéutica”.

Con superficial inconsciencia, destacados miembros de la política española han dicho que la sentencia respeta más del 90% de la ley. Pero también en el seno del Tribunal Constitucional –cuyos miembros han tenido que pactar el veredito– hay quien lamenta no haber podido llegar más lejos en los recortes. Lo cierto es que, con independencia del tanto por ciento conservado, los recortes se han aplicado con precisión quirúrgica:

- El término “nación” puede exhibirse en relación con la cultura, la lengua y lo privado, pero no tiene validez jurídica, porque no hay más nación que la española en términos jurídico-constitucionales.

- El pueblo catalán no es sujeto jurídico, por lo que la soberanía corresponde al pueblo español en exclusiva.

- El único fundamento jurídico del autogobierno es la Constitución. No existen, en el caso de Cataluña –a diferencia de lo que ocurre con Navarra y el País Vasco– razones históricas con validez jurídica.

- La lengua catalana, oficial junto con la lengua castellana, es de uso normal, pero no preferente. Por tanto, en Cataluña no va a ser posible hacer efectiva la disponibilidad lingüística –es decir, la posibilidad de ser atendido en catalán o castellano en cualquier lugar, según los usos lingüísticos del ciudadano, comprador, cliente, etc.–, salvo en la relación con los poderes públicos. En la enseñanza, se reconoce el derecho a recibir las clases en catalán, pero se apunta hacia el establecimiento de facto de una doble vía para la enseñanza –que espero que no llegue a hacerse realidad– que produciría la segregación de dos líneas, en catalán y en castellano, como ocurre en la Comunidad Valenciana, donde el cisma lingüístico es escandaloso.

- La relación entre Cataluña y el Estado no es una relación entre iguales. Por tanto, los organismos estatales podrían actuar jerárquicamente sobre los organismos autonómicos aunque las competencias hayan sido transferidas al gobierno de Cataluña (?).

- Se suprime la obligación del Estado de invertir en infraestructuras en Cataluña en función del PIB catalán. Dicha obligación –uno de los grandes logros del Estatuto, que podría paliar el déficit histórico de la inversión estatal en infraestructuras– no es considerada vinculante para el Estado.

- En cuanto a la fiscalidad, se elimina la obligación de tener en cuenta el esfuerzo fiscal de las distintas autonomías a la hora de determinar la contribución a los fondos de solidaridad y compensación territorial, por lo que la decisión vuelve a quedar al arbitrio del Estado, con independencia del sacrificio –y el ahogamiento– que pueda producir en la economía catalana.

- Se echa por tierra la reorganización del territorio en “vegueries”, un tipo de división territorial más ágil y ajustado a la realidad que las provincias. El Tribunal acepta que pueda implantarse una división en “vegueries”, siempre y cuando las siete previstas por la ley catalana que se está debatiendo se conviertan en cuatro y sus límites territoriales coincidan con los de las cuatro provincias actuales. Es decir, un simple cambio de nombres.

En resumen, toda la voluntad de concreción del Estatuto, que pretendía cerrar una práctica política basada en la “lectura interpretativa” y en la “discusión permanente” que imponía un esfuerzo desproporcionado para dar cada paso; la voluntad de recomponer desde criterios de equidad y equilibrio territorial basados en la solidaridad pero no en la expoliación ni en el abuso; la identidad jurídica, y algunas otras cosas esenciales para Cataluña han recibido un hachazo que significa el retorno a la ambigüedad, a la subordinación y al sometimiento...

Con la posibilidad añadida de que se sume a todo ello –en mayor o menor grado– el menosprecio injusto, la arrogancia ignorante o el escarnio culpable que tan a menudo utiliza el nacionalismo español –ya sean medios de comunicación, instituciones o particulares– como respuesta a lo que ellos denominan con hastío “el incorregible victimismo de los catalanes”.

publicado por Carlos Loures às 11:00
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Terça-feira, 22 de Junho de 2010

Resposta de Carlos Loures a Carlos Leça da Veiga

Carlos Leça da Veiga, meu caro amigo:

Parece-me que chegámos àquela encruzilhada em que as nossas respectivas utopias se bifurcam e seguem caminhos diferentes. Vai para 40 anos que nos conhecemos e esta situação ocorre sempre que divergimos (e, pelo menos quando saímos do plano prático, divergimos quase sempre).

Não sei se leste uma carta que, a propósito desta nossa «polémica», o Josep Anton Vidal me endereçou. Ele fazia observações, quanto a mim, muito ponderadas, judiciosas e inteligentes, para mais vindas de um catalão independentista. Destaco esta parte em que, após ter dito que gostaria de ter visto o debate afastar-se dos referenciais históricos, trazer o olhar até ao presente e abri-lo ao futuro, continua: Creo que con demasiada frecuencia las construcciones mentales sobre el pasado, que aportan tanta profundidad a nuestra conciencia como personas y como ciudadanos, están, por otro lado, tan contaminadas de los vicios y defectos del pasado que, en lugar de ser una lente para contemplar el presente y un trampolín para acometer el futuro, se convierten en una losa o una muralla que nos impide ir más allá. Es como si la historia no sólo nos hubiera legado una realidad de facto, con sus cicatrices y con sus heridas aún abiertas, sino también la mentalidad, el punto de vista, el edificio mental que generó esa realidad. Y nos olvidamos de que nuestro tiempo es distinto, que contamos con un edificio mental y de valores con el que no contaban nuestros antepasados. La democracia es una palabra antigua, pero es apenas una noción incipiente, que aún no ha conseguido liberarse, entre nosotros y tal vez tampoco más allá de nosotros, de la carga asfixiante de valores, criterios y argumentos heredada del pasado.

Na minha opinião, a dificuldade em estarmos de acordo tem origem nas lentes com que cada um de nós analisa as situações – tu usas a História como guia, na convicção de que ela se repete e de que é possível utilizá-la na decifração do que nos acontece e na perscrutação daquilo que nos vai acontecer. Conheces a minha metáfora para caracterizar esse método – usar a História como guia, é o mesmo que guiar um carro olhando para o retrovisor.

Por isso valorizas o esplendor civilizacional do Al-Andalus para justificar a lógica da independência da Andaluzia. Eu digo-te que os muçulmanos invadiram um território alheio o colonizaram e, sete séculos depois, foram expulsos. Não é aquilo que achamos que seria justo que viesse a acontecer na Palestina?

Espanhol ou Hispânico, é a mesma palavra e designa habitante da península Ibérica, embora, actualmente, hispânico seja mais aplicado aos latino-americanos. No trajecto do latim hispanus até espanhol, há todo um percurso, onde surge hispaniolu, e depois, já em documentos portugueses, as grafias são diversas – espanholl, hespanol, espanhol - mas sempre na acepção de habitante da Península Hispânica. Só tardiamente, no século XVII, com Francisco Manuel de Mello, entre outros, a palavra começou a substituir o castelhano na designação dos súbditos dos reinos vizinhos. Mas isto, que confirmei com a ajuda do “Dicionário Etimológico” do saudoso amigo José Pedro Machado, não tem importância. Não seria por isso que mereceria a pena divergimos.

A tal maneira que temos de encarar as nossas respectivas utopias e de com ela relacionarmos as nossas opiniões, aí sim, reside o problema. Para mim, o País Basco, a Catalunha, a Galiza, a Andaluzia, constituem realidades diferentes e que exigem abordagens diferentes. Os galegos, na sua generalidade, têm consciência da sua cultura, da História, daquilo que os diferencia. Onde me parece estarem divididos é nas soluções que defendem para consagrar essa diferença – há os que querem imediatamente a independência, os que a querem atingir por etapas, os que se satisfazem com o reconhecimento do idioma e da cultura e com a autonomia política de que gozam no seio do estado espanhol – haverá ainda mais matizes. Perante este mosaico, eu, sabendo o que quereria se fosse galego – a independência, claro – não me acho no direito de dizer que esse é o único caminho possível.

Tu, meu caro Leça da Veiga, entendes que o único caminho que merece a pena contemplar é aquele que te (que nos) parece mais correcto – o da separação. Não sei se os galegos considerados no seu conjunto, como povo, desejam essa separação. E não estou também de acordo que nós portugueses tenhamos como missão ser árbitros das nacionalidades. Para mim, essa missão não deve caber a nenhum povo. E não é porque os esquerdalhos se riam, é porque na minha opinião essa função que as superpotências desempenham só deveria caber a uma entidade supranacional de moralidade inquestionável, coisa que a ONU não é.

Não estabeleço fronteiras às tuas utopias. Não queiras que as minhas as não tenham. O escoteiro (com o e não com u, já te explico porquê)* ao forçar a senhora idosa a atravessar a estrada que ela não necessita atravessar, ou pensa que não necessita, está a pôr as regras do escotismo e a sua ânsia de cometer uma boa acção, coisas que só a ele dizem respeito, a uma pessoa que tem as suas próprias necessidades e regras. Os galegos sabem muito bem que têm uma nacionalidade; o escolherem um caminho diferente daquele que te parece correcto não faz que estejam alienados.

O fenómeno da Jugoslávia não deve ser extrapolado para o de Espanha. A Jugoslávia durou uma décadas – Espanha, na acepção de estado espanhol, existe há mais de cinco séculos (de facto; pois de jure somente depois das Cortes de Cádis, em 1812). O exemplo da Jugoslávia e da forma dramática como as nacionalidades foram recuperadas, deve a todo o transe ser evitado pelos galegos e pelos outros povos oprimidos da Península. A Guerra Civil, à escala da História, foi ontem. Há feridas ainda mal fechadas.

Porque acho que a partir daqui, será partir pedra, dou, pelo que me diz respeito, por encerrada a nossa troca de opiniões. Não sem antes dizer o seguinte: lamento muito ter, ao falar de Olivença, referido a tua exigência, numa carta de dias antes, da independência da Galiza. Foi um reforço de argumentação absolutamente desnecessário e que, embora sem qualquer intenção de te atingir, te ofendeu. Peço desculpa, sabendo desde já que com a tua bondade me desculparás.

Como sabemos, as nossas divergências no que se refere às utopias respectivas, nunca nos impediu de estar unidos quando é preciso enfrentar realidades provenientes das utopias dos cérebros doentes que conduzem os destinos, do País e do Mundo.

Um grande e fraterno abraço do

Carlos Loures
_____________________________

*- Fui escoteiro. Num grupo filiado na Associação dos Escoteiros de Portugal, a primeira, laica. Para nós, a tradução de scout é escoteiro, cujo étimo seria escota - corda, cabo fixo... Os escuteiros são os membros do Corpo Nacional de Escutas, organização posterior, ligada à Igreja Católica. Para eles o étimo é escuta, pois o general Baden Powell usava uns jovens indígenas como mensageiros e espias (escutas). O que, como calculas, nos tempos da ditadura dava pano para mangas em termos de picardias políticas - escutas... Eu sou escoteiro, porque "escoteiro um dia, escoteiro toda a vida".
publicado por Carlos Loures às 19:30
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Sexta-feira, 18 de Junho de 2010

A independência da Galiza e a restituição de Olivença (resposta de Carlos Loures a Carlos Leça da Veiga)

Carlos Leça da Veiga, querido amigo:

Hoje tentarei não escrever muito – a última coisa que quero é dar-te cabo da cabeça.

Antes de mais, no que se refere a Olivença, acordo total – território roubado deve ser restituído. A opinião maioritária dos oliventinos é a que for e têm todo o direito de escolher a nacionalidade que preferirem. Mas nasceram em Portugal. Isso não é discutível nem depende dos resultados de eventuais consultas.

No que se refere à Galiza e às outras nações peninsulares oprimidas, que fique bem claro que compartilho o teu desejo de as ver a todas livres de ocupações e de aculturações – a Galiza, o País Basco e a Catalunha (ou os Países Catalães). Penso é que a independência de cada povo tem de ser obra desse povo e que isso obriga, muitas vezes a sacrifícios inauditos. Quando os amigos catalães nos dizem que lhes devemos a independência (por ter sido, em 1640, a Guerra dels Segadors que desviou tropas castelhanas e que desguarnecendo a Portugal, nos permitiu libertar-nos), lembro-lhes que a Guerra da Restauração durou 28 anos. Todos os varões em condições de pegar em armas foram mobilizados, desde crianças com 16 anos até velhos com 70; o bronze dos sinos das igrejas fundido para fabricar canhões. Uma débil economia, canalizada quase inteiramente para o esforço de guerra… Não foi, como dizemos hoje, «pêra doce».


Voltando à pacífica Galiza, recorro à história do escoteiro que obrigou a velhinha a atravessar a estrada, pois ao fim da jornada tinha de ter praticado uma boa acção. Por isso, digo que os galegos é que têm de decidir se querem ou não ser independentes. Podemos ter a nossa opinião e emiti-la, não podemos decidir por eles nem devemos qualificar como alienação a posição dos que, querendo uma autonomia cultural, preferem ficar integrados no estado espanhol. Há argumentos, nomeadamente de natureza económica. Podemos discordar, mas isso não nos dá o direito de os julgar. Por aquilo que sei das três nações oprimidas de que falei, há galegos, bascos e catalães que anseiam pela independência e outros a quem a autonomia concedida por Madrid satisfaz. Não se trata do nosso desejo, nem de cumprir as nossas utopias. Trata-se da vontade de milhões de pessoas e do direito que têm de decidir do seu destino colectivo. Não os podemos ajudar a atravessar a estrada se não o quiserem fazer.

Onde discordo frontalmente de ti é na questão andaluza. A Andaluzia não tem mais razões para ser independente do que o Algarve (tem menos, porque o Algarve, como sabes, foi mesmo depois das Ordenações Manuelinas, um reino autónomo) A reivindicação da independência da Andaluzia cheira-me mesmo a manobra de Madrid. Por inconsistente, põe em cheque as reivindicações de independência das verdadeiras nações subjugadas. Permite aos centralistas ridicularizar anseios de libertação fundados na existência de culturas tão respeitáveis como a castelhana e que durante séculos têm sido castelhanizadas, com o desprezo que os ocupantes sempre demonstram relativamente aos que subjugam.

Por outro lado, como disse na carta anterior, um crime não se resolve com outro crime – desmembrar totalmente o estado espanhol, seria criminoso. Repito-te, Espanha existe, há milhões de pessoas que se consideram espanholas. Foi uma utopia há quinhentos anos, hoje é uma realidade. Pretender contrariar essa realidade é levar a nossa utopia longe demais.

Não podemos querer remediar tudo o que actualmente resulta de injustiças do passado. Remediando o passado, se isso fosse possível, não restaria nenhuma nação com os limites territoriais que hoje existem. A construção dos estados é sempre uma obra de violência. O argumento do que existia antes, nem sempre colhe.

Imagina tu que há fundamentalistas islâmicos que entendem que a sua pátria ancestral é a Península Ibérica, particularmente o Al-Andalus. Como só chegaram no século VIII, pergunto: e os que já cá estavam ? Se pudessem, faziam-nos aquilo que os judeus fizeram aos palestinianos – em nome da História, daquilo que diz um livro, enxotaram das suas terras os seus legítimos donos. Não tem sentido – nem na Palestina nem no Al-Andalus.

Indo por este caminho, nunca mais paramos. Por isso, para mim, a Andaluzia é uma região de Espanha. Isto até obter novos dados. Por exemplo - a maioria dos andaluzes, o que pensará? Ou não te interessa saber?

Olha, para mim, esse é o dado fundamental.

Recebe um forte abraço do

Carlos Loures
publicado por Carlos Loures às 12:00
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Segunda-feira, 14 de Junho de 2010

Resposta de Carlos Loures à carta de Carlos Leça da Veiga

Meu caro Leça da Veiga:

Respondo à tua carta de ontem, começando pelo fim, pelo quinto ponto: «Não gostei de ver-me mencionado como alguém que defende uma Independência duns e esquece a dum território que é português e está invadido». E terminas: «Se no meu texto sobre a Galiza não fiz referência a Olivença dever-me-ia ser perguntada a razão e não tirar-se a conclusão duma falta cometida».

Lembro-te que o meu texto não constituía resposta ou contestação ás tuas palavras. Essa contestação, fi-la, oportunamente, em comentário ao teu texto. Aludi a esse texto, em que defendias a independência da Galiza, mas não te acusei de coisa alguma. Falavas da Galiza, não era forçoso falar de Olivença. Usei o teu texto como referência. Disse assim: «Há dias, no Estrolabio, Carlos Leça da Veiga, denunciando que na Europa há colónias, pedia a independência da Galiza. Pois há uma outra pequena colónia - Olivença, terra portuguesa, roubada há mais de 200 anos.». De uma forma geral, as nossas posições quanto a Olivença são coincidentes, pelo que uma grande parte do que dizes é por mim aceite, sem reservas. Quanto à Galiza, penso que devemos deixar aos galegos decidirem sobre a sua independência, se a querem. No que diz respeito aos oliventinos acho que não têm o direito de optar – Nasceram num território roubado; podem escolher a nacionalidade que quiserem, mas o território é português.

Passando a outro ponto, dizes. «é inaceitável falares de Espanha e não de estado espanhol. Uma cedência imprópria dum Democrata!» Ora, quem leia o que escrevo, sabe que essa fórmula «estado espanhol» é a que geralmente utilizo. É verdade que neste texto, usei mais vezes a expressão «Espanha». Não tenho que me justificar – todos utilizamos por vezes a designação: não faz, por exemplo, sentido dizer-se «vou fazer uma viagem ao estado espanhol». Esta tua observação, parece-me um exagero, semelhante ao de alguns crentes, em que as referências à entidade divina têm sempre de ser grafadas com maiúscula – Ele, faça-se a Sua vontade, e por aí fora. Não sou religioso e, portanto, reservo-me o direito de dizer Espanha, Grã-Bretanha, como também dizia Jugoslávia e União Soviética. Porque embora desejasse (e desejo) a sua extinção, esse estados existiam e existem à luz do Direito Internacional. Portanto, mencioná-los é coisa natural. Não me parece que a minha condição de democrata fique em risco. Realidade e utopia devem conviver sem sobressaltos.


Por outro lado a Espanha existe, embora tenha começado por ser uma utopia dos reis Católicos. Parece existir uma carta de D. João II a seus primos Isabel de Castela e Fernando de Aragão em que os censura pela abusiva utilização da palavra Espanha para designar os seus reinos, pois, terá escrito o Príncipe Perfeito, «Portugal também é Espanha». E dizem haver uma frase de Camões: "Hablad de castellanos y portugueses, porque españoles somos todos". Frase que reforça a tua tese, mas que também me dá alguma razão.

Em suma, não te quis atingir, não quis contestar nada do que disseste porque o que tinha a contestar, fi-lo no comentário. O meu texto sobre Olivença visava condenar, sobretudo, a cobardia dos políticos portugueses que em mais de dois séculos se têm esquivado de enfrentar este assunto. Apenas quis dizer – pede-se a independência da Galiza; muito bem. E peça-se também a restituição de Olivença.

E já agora, a tal questão sobre a existência ou inexistência de Espanha. Desmantelar o actual estado espanhol, não significa, quanto a mim, acabar com a união das regiões que têm o castelhano como idioma. Se defendemos a independência de Galiza ou a sua união com Portugal, a libertação dos chamados países catalães (Catalunha, Valência e Baleares), bem como a independência dos bascos, estamos portanto a relacionar a identidade nacional com a língua e com a cultura. Existem regiões, além de Castela, onde se fala o castelhano. Aliás, a Andaluzia (cuja independencia também reclamas), região que conheço bem, faz parte do substrato mais profundo daquilo a que se convencionou chamar Espanha – Sevilha, mais do que Madrid ou Toledo, está no cerne da «espanholidade». E não me refiro só às touradas e ao flamenco - Federico García Lorca, Picasso, Góngora, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Manuel de Falla (citei de memória, pois a lista de intelectuais andaluzes, se completa, seria maior que toda esta carta), constituem um lastro cultural impressionante. Para não falar em bascos, como Unamuno, em galegos, como Torrente Ballester ou Camilo José Cela, catalães com Manuel Vázquez Montalbán ou valencianos como Vicente Blasco Ibañez, que, sem renegar as suas origens, se consideravam espanhóis.

Espanha é uma realidade. Dentro das suas fronteiras, se há milhões de pessoas que não se consideram espanhóis, há uma maioria que como tal se considera. Hoje já não faria sentido chamar Castela a uma nação que extravasa em muito os limites das regiões castelhanas. Talvez as nossas utopias quanto ao reordenamento da Península não sejam coincidentes. Para mim, para além de Portugal, da Galiza, dos Países Catalães e do País Basco, haveria uma quinta república – a espanhola. Porque podemos recusar o conceito de Espanha, opressora de nacionalidades; mas não temos o direito de impedir quem se sente espanhol de o sentir e de reivindicar a nacionalidade. E a Andaluzia faz parte dessa Espanha. Bem sei que há movimentos autonomistas (sem expressão significativa). Quanto a mim, defender a independência da Andaluzia enfraquece a defesa das legítimas lutas pelas independências da Galiza, Catalunha e País Basco. Mas isto é só um pormenor. Por mim, a independência da Andaluzia ou a da Extremadura, não merecem discussão. É como pedir a independência do Algarve ou a da Galécia portuguesa., a norte do Douro. E pedir independências que não fazem sentido, aos olhos da opinião pública, retira o sentido às que são legítimas.

Em suma, meu caro Carlos Leça da Veiga, querido companheiro de tantas lutas, de modo algum quis acusar-te de qualquer falta, pelo que não tinha que perguntar-te fosse o que fosse. Posso não concordar sempre contigo, mas compreendo bem o que dizes, de tal maneira é clara a forma como escreves. O que acontece desde sempre é que as nossas respectivas utopias não são inteiramente coincidentes. O que não é crime, nem meu nem teu. E já não estamos em idade de as mudar. Pode ser que a razão se encontre algures a meio desses territórios. E, sem louvaminhas despropositadas, queria felicitar-te pela tua pertinácia na defesa daquilo em que acreditas, nas tuas utopias e lembrar-te uma frase de Boaventura Sousa Santos que justifica, se precisássemos de justificações, a crença que mantemos na utopia: «Mas, como disse Sartre, antes de ser concretizada, uma ideia tem uma estranha semelhança com a utopia. Seja como for, o importante é não reduzir o realismo ao que existe, pois, de outro modo, podemos ficar obrigados a justificar o que existe, por mais injusto ou opressivo que seja». Como injusta e opressiva é a ocupação que o estado espanhol faz na Galiza, no País Basco e na Catalunha, e do roubo a Portugal do pequeno território de Olivença, acrescento eu.

Recebe um forte abraço.

Carlos Loures
publicado por Carlos Loures às 12:00
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