MEMÓRIAS DE PADRES INTERESADOS - ENSAIO DE ETNOPSICOLOGIA DE LA INFANCIA
(Continuação)
Eugenia tuvo que aprender las teorías del conductismo, que era la base del Departamento de Sicología de la vrije Universiteit, base de sus estudios. Como no estaba agradada, pasó al existencialismo, referido en la nota al pié de página más atrás y de allí, a las teorías de la Sicología del Desenvolvimiento. Pero su experiencia con el conductismo la marcó para siempre, por lo que he podido observar. Sin embargo, un regalo que me hizo en Diciembre de 1999 en la casa de Cambridge, donde fue con su enamorado Cristan van Emden, muestra que su formación en Psicología del Desarrollo, marcó mucho su saber clínico.
Por causa de cambiar las leyes, la Universidad Libre no daba títulos válidos. Fue necesario que Eugenia, quién ya había hecho un Maestrado en la Universidad Libre, hiciera otro en la Universidad oficial de Ámsterdam[196], esos maestrados que duran mucho tiempo entre clases y tesis, pero que Eugenia hizo en tres meses, porque ya sabía mucho e hizo aplicar una ley que reconociera que sus estudios en su primera universidad de Holanda, fueran convalidados por la de Ámsterdam. Fue necesario contratar una Señora Abogada, con quién hasta hablé al teléfono desde nuestra casa en Portugal y, con toda simpatía, aceptó, después de todas las escaramuzas por las que ella había pasado.
Como parte de su formación, Eugenia debía realizar una terapia en psicoanalices con una de sus profesoras y pagar por eso. La terapia no puede ser gratis, si no se paga, lo que es lo más difícil cuando falta el dinero, la terapia no se siente como propia, como una inversión en nuestro cuerpo y mente. Parte de la terapia era llevar a la familia para oír a los padres y hermana, lo que aconteció con nosotros. La familia toda se desplazó desde Cambrige y Lisboa, para asistir a una sesión de terapia de grupo. La terapia consistía en que ella llevara a la familia a su costo. Pero como la familia estaba muy lejos y era muy caro para Eugenia pagar todo, en silencio le di el dinero y así pretender que ella había pagado todo. Estaba a romper las reglas del analices, pero era peor si ella no llevara a la familia. Nada dije, ella a nadie lo refirió, es la primera vez que lo hago público. La sesión fue una de las actividades más tristes de mi vida. Gloria, deprimida como estaba, habló todo el tiempo. Como las cosas que dijo no son mías, no las voy a narrar. Apenas que yo estuve en silencio todo el tiempo, Gloria lloró por sus motivos, nuestras hijas ya crecidas, corrieron al lado de la mamá y la consolaron. La terapeuta, después de pasar este torrente, me dirigió la palabra y dijo que el Profesor Iturra nada había dicho, respondí de inmediato que para qué, si ya estaba acusado y convicto. Las tres mujeres de la casa nada dijeron, por lo que yo agregué: si esa es la verdad para ellas, qué quiere que yo diga. La terapeuta respondió que dijera lo que era mi verdad. Le dije que no valía la pena porque ya estaba acusado y condenado y que si yo hablara, iba a quedar bien peor el asunto. Referí apenas que estábamos donde estábamos, por mi causa, por haber sido expulsado de nuestro país y ser parte de los socialistas de campo de concentración. Que mi hija cuando me había visto de vuelta del campo de detenidos, pensaba que yo era otra persona y que durante muchos años, así lo había creído: yo estaba muerto y la persona al frente de ella, era otra con la cara del papá, como hacían en las películas que siempre veía, esa de Misión Imposible. La terapeuta, holandesa judía y que había estado presa también durante la guerra, dijo que era importante lo que yo había narrado para la salud psicológica de Eugenia. Al acabar la sesión, salimos todos, excepto Eugenia, que tenía que hacer una síntesis con su terapeuta y pagar la sesión. Esta vez, pagó de su propio bolsillo. Para alegrar un poco la vida, cuando todos salimos en bicicleta para casa de Eugenia, le compré a todas un grande ramo de flores, se lo ofrecí a Gloria, quien no lo aceptó, se lo di a las niñas, quienes pasaron partes del ramo a la mamá. Para alegrar más la vida aún, las convidé a andar de barco por los canales de Ámsterdam y a contar la historia de Ana Frank.
(Continuação)
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3. - La primera enfermedad
Es siempre la más temida, esa primera enfermedad. Talvez, yo diría que toda enfermedad en un niño, es el tormento de los papás. Si ya apenas sabemos lo que es ser papás, mucho menos podemos saber como diagnosticar y mejorar a nuestros hijos enfermos. El tiempo ayuda a entender las enfermedades de nuestros descendientes. El problema es en medio entre la primera vez que el primer hijo se enferma, y la segunda vez que la enfermedad acontece. Con un segundo hijo, ya es diferente, todas las enfermedades del primero, se reproducen en el segundo, apenas que ya estamos advertidos y el miedo es menor. Pero el miedo es miedo igual: los papás nos sentimos impotentes de defender a nuestros descendientes que tanto amamos y los queremos ver siempre sonrosados y alegres. Es por eso que recurrimos o a la familia o a otros padres, para darnos noticias. El hecho de tener hijos enfermos, ha llevado, en los tiempos de hoy, a formar asociaciones de padres con hijos enfermos, o crónicos o apenas una gripe.
Esas asociaciones no existían en el tiempo en que nuestras hijas eran pequeñas y se enfermaban. Había, como conté en capítulos anteriores, las mamás nuestras, las abuelas de nuestros hijos, para preguntar. ¡Era como un sahumerio! Lo que nuestras madres decían, era un santo remedio.
Nunca olvido el día en que Eugenia, con seis meses de edad, tuvo su primer resfrío. Hicimos, o más bien, yo hice, porque mi mujer era paciente y sabía lo que se podía hacer: esperar, sin embargo decidí realizar dos cosas. La primera, fue llamar por teléfono al pediatra que trataba de nuestra hija, que la había vacunado contra todo tipo de enfermedades, casi como si la hubiera inmunizado contra todo tipo de hechizos, o eso nos parecía a nosotros, o a mí. Me parecía que todo lo que se hiciera, era poco para nuestra primera hija. Nuestro pediatra me parecía un santo, ese médico, por nombre, Ángel Machiavelo, de Viña del Mar, el más afamado y más visitados por los papás que tenían medios para pagar, porque su fama hacía parte del precio de la consulta. No había familia "bien", si no iba a la consulta de este Pediatra. Como padres nuevos y orgullosos, seguíamos la corriente. Cada vez que encontrábamos a alguno de familia o amigos, preguntábamos cuál era su médico pedíatra, y la respuesta era inmediata, el Dr. Machiavelo, por supuesto, m"hijo[44], con un aire de languidez Tenía el poder de curar, ese poder que, desde el día en que fui papá, yo hubiera querido tener. Eran los días en que, padre novato, me maldecía por haberme hecho Abogado y no Licenciado en Medicina, una de mis alternativas al escoger profesión a los 17 años. Las Leyes y el Derecho no curaban a nuestra hija enferma, pero, por lo menos, daba dinero para pagar los médicos. Una tía nuestra, Adriana Carretero del Mudo, era Médica Pedíatra y Directora clínica del Hospital de San Juan de Dios, en Santiago de Chile. A ella recurríamos mucho cuando nuestras hijas se enfermaban. Pero, el dictado de médico, cúrese a sí mismo, no funcionaba, era necesario ir a nuestro pedíatra. Adriana Carretero se había casado con Michael Eckhart, de Viena de Austria, y tenían la única hija, que ellos adoraban. Como nosotros a las nuestras. Entre la dirección de Hospital, el cuidado de la hija y su inmenso amor por su marido y nuestros viajes, no había más tiempo para encontrarse. La última vez que la vi fue, fue en nuestro regreso a Chile en los años 70, nos saludamos con todo amor, me felicitó por mis estudios, respondí que en breve iríamos otra vez a Gran Bretaña para mi doctorado, y ella, en su buen humor, comentó a las carcajadas. " ¡Este Raúl!, Acaba de llegar, y ya se quiere ir de nuevo... Fue la última vez que la vi o he sabido de ella.
Agregó:"hombre, quédense, acá, hacen falta". La única socialista de nuestra extensa familia. Era casi una premonición mía, yo no sabía que iba a tener que volver, en breve, por la fuerza de la historia de Chile, como relato en otro libro.
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