Quinta-feira, 10 de Fevereiro de 2011

Mis Camelias – por Raúl Iturra - 23

(Continuação)

MEMÓRIAS DE PADRES INTERESADOS - ENSAIO DE ETNOPSICOLOGIA DE LA INFANCIA

7. - La flor crece y brota.

 

Había dejado a Camila en su crecimiento normal, con algunas ideas de su vida adulta, que fue necesario adelantar para explicar su crecimiento y sus deseos de reivindicar lo que le parecía injusto. No he abandonado a Eugenia que tenía otras maneras de reivindicar. Nuestras dos Camelias eran especiales. No estoy seguro si llamarlas Camelias[177] o Orquídeas[178], esas dos lindas flores que tengo en mi estufa fría, o pequeña casa para guardar las flores y protegerlas de sol y de la lluvia. Como el lector puede entender, es una metáfora[179] porque son las flores más lindas del mundo, y nuestras hijas, son las niñas más lindas del mundo, para nosotros y para muchas personas. Si desvío los ojos para la izquierda de mi secretaria, donde escribo, veo una foto de Camila, una foto linda que le fue tirada un día cualquier, por una señora que de una revista inglesa, en la ciudad de Brighton, cuando ella cursaba Ecología en la Universidad de Sussex. Ella preguntó por qué quería tomar una foto de ella, y la señora respondió, porque es linda y tiene aire de princesa, ese mismo aire con que era reconocida por la familia de mi amiga del alma y colega en el Laboratorio de Antropología del Collége de France, Marie-Elisabeth Handman, en Paris. Es verdad, tiene un andar muy seguro, un porte altivo y es de una grande amabilidad con todas las personas. Esa foto de los años 90 del Siglo XX, nunca me ha abandonado, como todas las otras de mi familia pequeña y de mi familia extensa. Así como colecciono flores para me distraer, voy guardando también  fotos para recordar. Para recordar lo que amo a mi familia, que está lejos de mí, pero que vive en mis sentimientos y en las visitas que me hacen o que yo hago a todas ellas. La metáfora de Mis Camelias, viene del nombre de Camila, escogido por mi mujer cuando estábamos en Londres, con Eugenia, otra vez en el hospital, por haberse alimentado con comida que estaba fuera del plazo de validad. Más una enseñanza de nuestras hijas para sus papás, que no tenían la experiencia de ser progenitores. Había un bebé, por nombre, Camila. Gloria quedó tan prendada de la niña, que decidió poner Camila a su próxima hija, que aún no estaba creada, pero ¡acertó de lleno! Como es habitual en ella. Siempre sabe y, tengo la impresión, de que nunca se equivoca. No estoy a honrar a la madre de mis hijas, es apenas mi experiencia a lo largo de loa años en que hemos estado unidos, porque nos amábamos y, después, por las hijas que tuvimos y por los hijos que perdimos y, más tarde, por los nietos, vivos o muertos. Es lo que yo llamaría una mujer llena de fortaleza, serenidad y emprendimiento. Como se dice en Chile: una mujer con agallas[180] . He buscado todas estas alternativas porque no solo la madre de mis hijas es una mujer con agallas, nuestras hijas también lo son, y con mucha fortaleza. Supieron vivir bien el mundo sin familia que teníamos y lucharon tenazmente para conquistar lo que son hoy en día, cada una en lo suyo, que paso a narrar. Sin dejar de hacer un comentario antes. Los hombres latinos no sabemos confrontar mujeres con agallas, mujeres fuertes, como las que he tenido en mi familia: mi suegra Amanda, mi mujer, nuestras hijas. Rápidamente entramos, por así decir, en coma.

Este hecho de mujer con agallas, es muy típico de Eugenia. Nunca olvido el día de Navidad, cuando ya estudiaba ciencias para prepararse para ser psicóloga, en su preparación preuniversitaria, denominado Hills Road Sixth Form College[181], paso previo para entrar, con más saber especializado, a su Universidad de Sheffield, en el Norte de Inglaterra. Tenía la fiesta de fin de año, a la cual debía asistir de traje largo y oscuro, era una fiesta de etiqueta. Era una fiesta elegante. Pero como éramos, en ese tiempo, exilados sin recursos, ella tuvo que hacer el vestido, convertir un traje antiguo adquirido en lo que se denomina una feria libre o jumble sale, para vestir un traje adecuado. Era Navidad, estaba la familia junta. Cuando acabó de remodelar su vestido, faltaba una hora para ir. La vendía a buscar de automóvil, su compañero de fiesta, un compañero de clases. Estaba muy cansada ya: estudiaba y preparaba sus estudios en casa y hacía su ropa también. A pesar de todo, danzó toda la noche: quería divertirse, lo menos que podía querer una niña púber que trabajaba tanto. Durante el baile, su compañero le pisó el vestido, que cayó y dejó la parte alta del cuerpo... ¡al descubierto! Ella no se avergonzó, subió el vestido como si nada hubiera pasado y continuó su danza. La mejor defensa para quién, sin querer, hace una gafe... como si nada hubiera pasado. Se moría de la risa cuando lo contó al día siguiente. Claro que el precio fue caro: ella iba al baile con uno de los jóvenes que más admiraba, el mejor de su clase, ¡y lo perdió! Pero ganó otros, tantos, que perdí la cuenta. Nuestra hija Eugenia era una mujer de agallas. Pasábamos horas del día a dictarle textos desde un libro, para ella aprender a escribir sin faltas de ortografía. Cotejábamos texto oído y escrito por ella, con el libro que yo había leído, y corregía sus fallas, faltas que no siempre eran muchas, pero que existían. Era evidente que existían, porque se estaba a formar y no sabía todo.

Si supiera, era poco necesario ir a la educación de enseñanza superior. Estas instituciones han sido pensadas para preparar a los jóvenes para ser ciudadanos de saber intelectual y entregar alguna contribución a la sociedad civil. Eugenia estaba decidida a ser Psicóloga Clínica, para lo cuál debía asistir, después de los tres años en la Educación Superior, a estudiar solo Sicología en la escogida por ella, Universidad de Sheffield.

 

Había sido aceptada en varias Universidades que tenían Sicología en sus planes curriculares. Me preguntó si debía ir a todas las entrevistas, mi respuesta fue rápida y sintética: Hija, a todas. Así aprendes lo que son las entrevistas, comienza por la que menos te parece, comparas los currículos, aprendes a decir lo que ellos pretenden de ti y te preparas para la que te parece mejor. Normalmente, los jóvenes británicos hacen un interludio entre la preparación para la Universidad y su entrada en ella. En 1989, Eugenia lo hizo y se transfirió a Chile, como miembro de Amnistía Internacional, para visitar a sus primos consanguíneos, presos por la dictadura que había en Chile en esos años, como he narrado en otros textos míos. Lo que vio no le agradó y fue su última decisión para hacerse sicóloga. Así lo hizo, fue entrevistada por todas las Universidades, como he dicho antes, fue aceptada en todas y ella escogió Sheffield[182], por dos motivos. El primero,  me pareció más emotivo: estaba lejos de casa... de la cual ya estaba aburrida. El segundo y, para mí, el más plausible y lógico, era el de ser la Universidad más experta en Sicología Clínica de la Infancia. Había un año común para las varias especialidades, y dos de especialización en Clínica, años en los cuales comenzaba ya a tratar de clientes, o pacientes como son llamados por las ciencias que curan las persona, física o emocionalmente. Palabra que siempre tengo luchado en contra, por ser una palabra que coloca al ser humano en una situación especial, descatalogado de entre los otros. O, también, subyugadora de las personas hipocondríacas[183], que siempre adoran estar enfermas siempre enfermas, y que sus conversaciones giran siempre en torno de sus enfermedades y de lo bueno que son sus médicos, cuál la mejor receta y cómo ésta le había hecho tan bien. Normalmente, los peritos en cuidados de seres humanos, recetan placebos[184], esas píldoras que están hachas de... azúcar, pero que el hipocondríaco piensa que es lo mejor que hay y ¡las recomiendan! Personas que piensan que el centro de la vida es su salud siempre deteriorada. Hasta donde mi larga experiencia me dice, son seres humanos que nada más tienen que hacer en el mundo, excepto estar siempre preocupados de ellos y cuentan y cuentan sus enfermedades hasta el cansancio de los que oímos. Normalmente, personas que no saben trabajar: persona habilidosa, nunca deja de trabajar, aún cuándo tenga gripe.

No tengo abandonado a Eugenia. Todo lo que tengo escrito hasta ahora, tiene relación con ella. En mi sentimiento de papá, creo que, hasta el día de hoy, hay otros factores que llevaran a nuestra hija a formarse en Sicología. Talvez el primero sea su creencia de que yo las había abandonado a una edad muy temprana. Lógicamente ella sabe que no es así, pero emocionalmente aún vive el castigo que se ha dado a sí propia cuando pensó, en sus quince años, que me habría ido de casa porque ellas pedían mucho y yo tenía que trabajar más para satisfacer sus pedidos. En esa edad hizo una crisis de anorexia[185], esa enfermedad material, real, pero fabricada para llamar la atención cuando una persona se siente traicionada o abandonada. Quien la mejoró fue mi cuñado, el psicólogo Miguel Toro, exilado también en Gran Bretaña y a trabajar en la Universidad de Southampton, marido de mi hermana Diplomada en Análisis Psiquiátrico, con grande éxito también en su actividad de profesora de esa Universidad. Los dos salvaran a nuestra hija, que, hasta el día en que escribo estas palabras, piensa que la dejé sola. Siempre me ha dicho que la casa conmigo, era otra cosa: llena de gente, con juegos de mojarnos con agua que llevábamos del baño a las escaleras de los tres pisos, esos días que Gloria no gustaba por ensuciar la casa que ella debía limpiar. Mi respuesta era siempre la misma: ¡Mujer, así adelantamos trabajo, es solo secar y queda limpio! Limpieza que hacíamos nosotros, más bien yo, nuestras hijas eran muy mimadas, siempre que estaba con ellas, hacía la comida, limpiaba las alfombras, lavaba las paredes. Hasta que inventé el juego de las competencias: quién hacía todo más rápido, dejaba la casa más limpia y las paredes blancas. Todo lo que era juego, era un placer para ellas, especialmente con el papá, que las divertía, mientras la mamá, que a veces jugaba, imponía el orden que yo no sabía organizar dentro de casa: para las cosas serias, estaba el Departamento, mis estudiantes Para mí, estar en la casa era sólo alegría, adoraba jugar con nuestras hijas. Gloria imponía el orden, yo hacía oídos sordos.

(Continua)

publicado por Carlos Loures às 15:00

editado por Luis Moreira às 17:16
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